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Wednesday, February 23, 2011

no se si son tus ojos
tal vez es la forma de tu nariz
me enamoro de tus labios rojos
cuando te veo todo es un desliz

cada que nos encontramos mis ojos te gritan mil palabras
tu haces como que no te das cuenta
pero muy en el fondo conoces.... conoces la verdad

sabes... yo pienso en ti todos los dias
los momentos, los momentos... son tan dificiles
no quiero olvidar

Tuesday, February 22, 2011

el sol atardeciendo o saliendo siempre tranquilizará a mi corazón, si tan solo como un bello recuerdo de que el tiempo sigue avanzando.

Monday, February 21, 2011

siento del viento celos por acariciar tu cara cada mañana

Friday, February 11, 2011

Thursday, February 10, 2011

Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo.
Lo que me gusta de tu sexo es la boca.
Lo que me gusta de tu boca es la lengua. 
Lo que me gusta de tu lengua es la palabra..   .
Con la punta apunta, con el culo aprieta y, con lo que le cuelga, tapa la grieta

Thursday, February 3, 2011

Para no olvidar el pasado


El lejano sol de Shabtay se ocultó por primera vez en muchísimos siglos, sumergiendo aquel laberinto rocoso en una agonizante oscuridad.
Todo pareció desfigurarse en un segundo. Las grandes rocas rojizas desaparecieron entre las tinieblas y los pequeños arbustos se secaron al instante. La tierra erosionó, provocando un crujido insoportable que hizo salir a los insectos de sus escondites, y con ellos salieron las serpientes erguidas y la escasa fauna del lugar haciendo alboroto.
Cuando se disipó el ultimo rayo de luz, las criaturas callaron, al igual que el viento y que el suelo, y solo las tres lunas de fuego brillaron con todo su esplendor sobre el horizonte. Tan solo las tres lunas y la estrella de Tonalli iluminaban las sombras de aquel paraíso destinado al olvido. 
En medio del silencio descomunal, se encontraban ellos, sentados sobre una de las rocas más grandes. Diego, inmerso en una estado de hipnosis, veía fijamente a la única estrella impresa en la bóveda celeste. En sus ojos casi totalmente blancos, se reflejaba la luz violeta del astro real, el cual había sido su mayor motivo hasta ahora.. Tonalli, iluminada por gigantes.
Izel estaba detrás de él, recargada en su espalda. Tenía los ojos cerrados y la cabeza baja, una de sus manos le sostenía la frente y respiraba muy pausadamente, inhalando profundo y soltando el aire por su boca. Con la otra mano apretaba fuertemente los dedos de Diego, como si quisiera amarrarlo a su lado. Estaba destrozada, con el corazón a flor de piel, al borde del llanto.
 
Me he dado cuenta que cuando amas algo realmente, empiezas a extrañarlo, aun antes de que se te escape de las manos.
-Diego, no quiero que te vallas- dijo en un susurro,  pero Diego permaneció en silencio,  oculto en la oscuridad.
Siempre he pensado que es egoísta tratar de retener a quien amas,. Se muy bien que el amor es absurdo, doloroso, indescifrable y sobre todo es L I B R E. Pero  saberlo no me satisface, sino todo lo contrario

La isla de los domingos

Una dulce voz  despertó a Diego, se había quedado dormido bajo el arrullo del armonioso  sonido que hacia el agua al caer en el estanque, que  se encontraba a solo unos metros de ahí.
La brisa fresca tocó su rostro como una caricia,  se sentó pausadamente, recargando su espalda en el majestuoso árbol de verdes frutos afrodisíacos que tenia sobre él.
Enseguida volteó  la cara adormecida hacia los ojos azules que lo miraban tiernamente.
-¿Qué ha pasado madre?
-Nada nuevo Diego, es solo que ya está por anochecer, creo que es hora de volver a casa.

Diego examinó el horizonte, el circulo radiante de colores luminosos estaba apunto de desaparecer detrás de las montañas  nevadas. Las bandadas de pájaros verdes y blancos volaban de isla en isla buscando un buen lugar para dormir.
-Supongo que tienes razón- dijo, mientras se frotaba los ojos con las manos y enseguida echaba una última ojeada al paraíso donde se encontraba.

El paisaje era precioso, la isla estaba rodeada de exuberante y colorida vegetación. En el  suelo había millares de flores multicolores, que crecían al ras de tierra y daban una sensación irreal al lugar, y un aroma dulzón un poco alucinógeno.
En el centro de la isla estaba el manantial, imponente, de aspecto mágico y de un color verde limón transparente. En él flotaban algunas plantas de formas extrañas, y nadaban unos pequeños mamíferos blancos regordetes, de ojos rojizos y con dos orificios arriba de la boca, fungiendo como nariz.
El manantial era alimentado por las aguas de la inmensa cascada, las cuales volaban hacia el precipicio como barreras supremas, pero caían al manantial con una suavidad incomprensible, como gotas de cristal,  emitiendo al espacio vibraciones armónicas, un sonido celestial.
Era difícil precisar  de donde caía el agua, pues las barreras que ésta formaba, eran infinitamente inmensas, como si el agua  que caía, solo fuese una lluvia constante que abastecía sin parar al manantial.
En su periferia, la isla se tornaba de relieve rocoso y niebla espesa que dificultaban la visión. Y si dieras unos cuantos pasos más, podrías encontrarte con una no muy grata sorpresa: un descomunal abismo, la caída libre sin final aparente.
La isla, entonces no estaba rodeada de agua, sino, simplemente de un interminable espacio vació. Era un pedazo de tierra sobre las nubes,  un montón de maravillas en un solo lugar, era  el paraíso donde Diego disponía para  pasar sus domingos.
Gozaba además de una vista privilegiada, púes estaba colocada en el punto mas alto, arriba de todas las demás islas.


Sobre una espesa nube blanca, Diego acogió la mañana. Estaba debajo del techo dorado con destellos de diamantes que  brillaban sin cesar. Las piedras se encontraban por doquier, cubrían la habitación, atestando el contorno de oro y rubíes.
Pero aquellas riquezas no representaban nada para él. Eran solo ladrillos de su morada, tan solo parte de su ambiente habitual.
Por el traga luz entraba el arcoiris reluciente, espectro del sol en el agua, e iluminaba la habitación llenándola de colores deslumbrantes, colores del cielo, del agua y de la tierra, los colores del universo.
Los diamantes alebrestados, continuaban brillando al son de la luz que entraba, Diego estaba conciente, sabía que un nuevo día había comenzado.
Su blanca piel, brillaba al contacto con la luz, al igual que los diamantes.
La Belleza de un ángel, puede ser tan sublime como el amor mismo,  que desprende al entregar su corazón.
Los ojos de Diego se abrieron cual hermosa flor. al salir el sol, descubriendo su belleza interna. Fue aquél, un acto tan ilustre, impresionantemente perfecto, como al abrir una osla del fondo del mar y encontrar dentro, su preciado tesoro, la estrella del océano.
Al descubrir las dos perlas en su rostro, sus pupilas dilatadas opacaron el entorno exterior. Los diamantes del cuarto perdieron enseguida su luminosidad y sus destellos de luz fueron tan solo un eco lejano de los grandes astros luminosos, dos hermosas novas emergentes explotaron,  como al nacer una estrella .. ¿Su color? Perla blanca, igual que el de las estrellas lejanas.
Divinos ojos de ángel, que murmuraban su legado, y que contenían la marca de los de su raza… La transparencia de su iris.
Diego bajó de la nube en la que dormía, usando la escalera de piso. Camino unos cuantos pasos y abrió la puerta de la habitación para salir.
El pasillo principal de la mansión estaba al aire libre, dándole un aspecto mucho más luminoso. Las plantas y flores silvestres crecían alrededor de las paredes y  arriba de las nubes, dejando caer desde el cielo las grandes enredaderas azules de flores moradas.
El canto de las aves reales se escuchaba por doquier, eran  susurros agudos, casi imperceptibles, pero que en conjunto emitían un gran murmullo melódico, “el cantar del nuevo día”, como lo llamaban algunos.
 Entre los miles de cantos que se fusionaban, Diego reconoció de inmediato el llamado de Rufy, su  fiel plumífero  amigo. Un colorido y tierno tucán, con belleza excepcional, quien se poso en el hombro de Diego agitando sus alas, como si quisiera saludarlo. Diego respondió el gesto acariciándole la frente y haciéndole un sonidito cariñoso.
Ese día se sentía pleno, como quien vive feliz, sin nada de que preocuparse. Tan solo le bastaba salir a caminar un poco, o sobrevolar la isla para calmar sus ansias de comerse al mundo.
Siguió caminando unos metros más por el pasillo de la mansión, seguido muy de cerca por Ruffy que  aleteaba velozmente sobre su cabeza. Después de algunos minutos de caminar, Diego encontró frente a sí, una angosta franja de agua de aspecto rojizo. Era una especie de laguna que estaba colocada en la orilla  de la casa. Tres árboles emergían de abajo del agua, y a su alrededor giraban otras plantas de increíbles formas y colores.
Él corrió emocionado hacia el agua, y dio un descomunal salto, girando en el aire varias veces, para luego caer en la laguna, haciendo gala de aquella armonía y perfección  con que realizaba todas sus demás acciones. Se sumergió varios metros abajo y con los ojos bien abiertos logró ver algunos peces fluorescentes nadando en el agua translucida con tintes rojos. Nadó hacia ellos para intentar atrapar alguno, puesto que ese era uno de sus pasatiempos favoritos, además de perseguir tormentas, o contar las estrellas.
Los fluorescentes pececillos eran en verdad muy sagaces y escurridizos por lo que resultaba toda una odisea cogerlos como truchas.  Diego intentó por segunda vez pero ahora lo hizo con mas fuerza y determinación.
-         Son realmente rápidos- pensó para sus adentros.
Estaba apunto de realizar su tercer intento, el definitivo, cuando pasaron frente a su rostro las definías. Unos magníficos mamíferos de tes rosada y de cara simpaticona, que habitaban en aquella laguna. Eran animales increíblemente inteligentes que podían entender casi a la perfección el lenguaje de los ángeles, y les encantaba curiosear y jugar en el agua con los seres divinos.
Diego abrazó a una de ellas, y ésta la llevo a dar un paseo dentro de la laguna que en realidad, no era tan pequeña como parecía, el estanque se extendía subterráneamente y era tan grande como un mar.
La delfinia nadaba con un paso veloz, en tanto Diego, quien iba montado sobre su cuerpo y sujetado de una aleta, jugueteaba con las algas que chocaban contra el. Mientras descendían, el agua tomaba un color más rojizo, y más abajo podían verse algunos corales de formas extravagantes y hermosas flores de 3 metros de diámetro y de color azul granela. Pasó muy cerca de una de ellas, y repentinamente la flor lo atacó con un movimiento sagaz como el de un cocodrilo, pero Diego sabedor de la naturaleza depredadora y carnívora de estas plantas alcanzó a esquivarla con las manos. Él sabía que eran flores muy peligrosas, pues atrapaban a sus presas con sus ramas enredadizas, y luego las devoraban poco a poco.
 Nada de esto era nuevo para Diego, conocía estos terrenos tan bien como a la palma de su mano, pero no se cansaba de maravillarse y recorrerlos cada vez que podía.
Sumergiéndose  mas, la delfinia lo condujo hacia el lugar mas profundo del lago, en donde el color rosa había desparecido por completo, y solo alcanzaban a llegar suspiros del sol. Era casi totalmente oscuro aunque se veían a media luz las partículas rojas que atestaban el agua. Agua roja, como la sangre de los mortales.
Llevaba más de una hora bajo el agua,  pero él estaba en perfecto estado,  sus pulmones podrían aguantar mucho más, pues su anatomía era casi anfibia.
Se desprendió con suavidad de la delfinia y nadó hacia el fondo del lago,  el cual ya estaba cerca. Se desplazaba integro,  apoyándose en sus alas para bucear velozmente.
Toco el suelo con su manos, y luego se acostó en el. Estuvo en esa posición un momento, disfrutando el pesado silencio que provocaba en sus oídos el agua y la presión de las profundidades. Tenía esa agradable sensación de que el tiempo se congelaba bajo el agua, y las ondas sonoras permanecían por tiempo indefinido flotando dentro de ella. El sabor en su boca era dulce,-  El agua de las mieles- pensó.
Tenia los ojos cerrados y ese silencio armonioso lo inundaba. –Silencio, paz interior, plenitud, no necesito nada más- dijo en su mente, pero sintió como si lo gritara a los cuatro vientos.
- “Sapor,  el ángel de sangre azul.” – escuchó de pronto Diego. La frase llegó a sus oídos distorsionada, navegó por el agua con un efecto retardado, como en cámara lenta y estalló en su cabeza. Se sintió mareado y un peligroso dolor de cabeza lo noqueó.
Su ultimo recuerdo.. La macabra voz femenina “ángel de sangre azul”, “Sapor”, y unas manos que lo toman del los hombros y lo arrastraban hacia lo desconocido. Después de aquello, su mente se perdió debajo del agua.







En el pastizal, a un costado de la mansión  una bella joven angelical aguardaba la salida de Diego. Era de grandes ojos verdes y pelo suelto en la espalda, de cara larga y unas manos tersas, tan suaves que su solo roce provocaba una sensación de protección algo maternal. Era Katia, quien apacible esperaba  sentada sobre la rama más alta de un sauce, con sus piernas colgando hacia el suelo y balanceándose un poco. A los pies del árbol, se encontraba su unicornio, un lucido equino dorado de pelaje largo, que en sus cascos lucia ostentosas herraduras de plata y su cuerno estaba adornado con un diamante en la punta.
El viento corría alegremente y hacia que los  rubios cabellos  de Katia  revoletearan en su rostro y que su blanco vestido de algodón volara libre como queriendo escapar de su cuerpo.
Diego aparecería en cualquier momento y como todas las mañanas irían a dar un paseo por la isla, buscar algo de comer o talvez solo se quedarían acostados en el pastizal a disfrutar el olor a polen, el color de las flores silvestres y la calidez del suelo que los abrasaba.
Katia cerró por un instante sus ojos y respiró hondo. Le encantaba sentir el aire puro entrar a sus pulmones, la hacia sentir viva. Sonrojó cuando una mariposa  posó sobre su pequeña nariz. Abrió los ojos y extendió su dedo índice. La mariposa se puso enseguida en el. Katia la examinó detenidamente; era amarilla radiante, con alargadas manchas rojas. -¿Qué tal pequeña amiga?-le dijo sonriendo. Luego soplo sobre ella despacio y la mariposa voló felizmente. –Pequeños momentos mágicos, por los que vale la pena vivir- pensó.- Soy libre como tú, amiga mía… tan libre como una mariposa-.
Se quedo ahí sentada, embargada en un mar de pensamientos. Ella sabía muy bien que pronto llegaría el momento de que le asignaran su misión en el mundo de los mortales. Y en verdad que sentía miedo y frustración. Katia tenía alma de guerrera, pero había nacido para ser guardiana de los mortales y no terminaba por aceptarlo.
-Los mortales son criaturas muy difíciles de tratar, demasiado complejas. Le temo a su maldad, a su ambición, a su codicia y a su poca sensibilidad. Conozco a la perfección lo que son capaces de hacer por poder y por dinero. ¡Por esas malditas cosas sin importancia!... En verdad que los detesto, y si estuviese en mis manos no aceptaría ser ángel guardián de esos seres tan imperfectos. Tengo alma de guerrera, ¡soy un ángel guerrero!- dijo en tono de frustración,  hablando para si misma.
Después de aquello, oyó en el cielo un sonido que le pareció muy familiar. Volteó hacia arriba y vio a Rufy, la mascota de Diego, que volaba bajo y emitía un ronroneo  cada 3 segundos.
Dio un salto exaltada, y desplegó sus esplendidas alas azules para volar en dirección al tucán. Este se dio la vuelta en el aire y voló hacia la mansión; Katia lo siguió apresuradamente.
Al principio no le pareció extraña la tardanza de Diego, pues algunos días el se quedaba jugando en las nubes, o se daba una ducha en el estanque. Pero la visita inesperada de Rufy, era en verdad un mal augurio.
No tardaron mucho en llegar a la mansión, Katia aterrizó torpemente en el pasillo principal de la casa, mientras seguía con la vista a Rufy, quien la condujo hacia el estanque. Ella dio un saltó al agua sin vacilar, sumergiéndose desesperada. Nado un poco y vio casi inmediatamente a Diego, flotando inconciente, rodeado de una docena de delfinias, las cuales aguardaban temerosas alrededor de él, pero sin acercarse demasiado. Nadó hacia él, y descubrió con terror que estaba sujeto del tobillo, por una de las flores carnívoras.
Actuó rápido, mordiendo la rama para tratar de desenredarle el tobillo, pero la peligrosa planta reaccionó ferozmente  dando latigazos con extraordinaria fuerza y tratando de enredar a Katia. Pero ella consiguió sacarse.
Sacudió a Diego, para que reaccionara, pero no lo consiguió; estaba totalmente ido, ¿Muerto quizás?... Lo abofeteo unas cuantas veces, pero era inútil.
 Estaba apunto de subir por ayuda, cuando una de las delfinias en un movimiento inteligente y rápido, mordió el tallo de la flor, y le dio tiempo a Katia de safar el tobillo de Diego.  Katia lo tomó de una mano y lo llevo hacia la superficie.
Lo sacó con movimientos desesperados, irrazonados; actuando por puro instinto.
-¡Diego! - gritó sollozando.
Diego estaba derrumbado en la orilla del manantial. Ella colocó su fina mano en el cuello de él para examinar su pulso carotídeo. Esperó a que su propio ritmo cardiaco se tranquilizara  y se quedo ahí, expectante. Estaba murmurando en voz muy baja, entre dientes…
-Por favor Diego, reacciona, reacciona, reacciona…
Poco a poco comenzó a sentir unas leves punzadas en sus dedos índice y medio..
Lo abrazó con alegría y alivio profundo; Después sintió que las manos de él lo tocaban tímidamente por la espalda, y volteó hacia él enseguida.
Diego tenía los ojos entre abiertos, cegados por la infinita luz blanca de aquel lugar.
-¿Qué te ha pasado? - Le preguntó Katia, con cierto tono de reproche y preocupación.
Diego recordaba vagamente, pero no estaba dispuesto a contarle su extraño suceso, que más bien para él fue solo un sueño… un irreal e irónico sueño.
-No lo sé , creó que me marié un poco allá adentro, la verdad es que no recuerdo nada.
Katia lo contemplo con ternura.-Me preocupas mucho Diego.¿Sabes que pudiste haber muerto ahí adentro?.
-Mmm, si Katia, muchas gracias, creo que me has salvado la vida- dijo tímidamente, aunque en su interior Diego no sentía ninguna premonición de muerte. Abrazó a Katia con fuerza, y le colocó un beso en la frente. -¿Sabes lo que eres para mi?, ¿Verdad?
-Sí- respondió Katia casi en un suspiro, y luego le dio un fugaz beso en la boca.-Vamos, la mañana nos espera.
Se tomaron de las manos y partieron, elevándose como vapor… divinos ángeles, que desprenden perfección a su paso; seres que fueron creados para amar, mensajeros de vida.

Si bien el teatro Prados no era más que un limitadísimo salón ancestral para que los seres preparasen el concierto de las flores, constituía para Diego un espacio mágico. Sus cuatro paredes englobaban dentro de ellas su pasado, su origen.
Podía recordar perfectamente, (a pesar de que en aquel entonses, tenia solo algunos meses de edad) una de los episodios mas trascendentales de su vida; aun cuando apenas daba algunos pasos , un par de torpes pasos sobre el pisó de madera que recubría al balcón del coro, su madre mujer de criterios firmes y creencias formadas lo tomo por la barriga y lo levanto al cielo, cargándolo con una sola mano y balanceándolo peligrosamente a la planta baja del salón, le dijo viéndolo fijamente  a los ojos; “Hijo mió, precede a ti sangre de ungidos, demuestra entonces la esencia de tu raza”. Dicho aquello, tomo un poco de impulso y movió  fuertemente su brazo, como quien intenta arrojar una pelota al cielo, y lanzó a Diego por los aires. El coro angélico continuaba cantando aquella tragedia dramática, que estremecía de vibraciones sonoras el recinto, mientras el pequeño se abalanzaba velozmente hacia  la pista principal, e ahí clímax de la sinfonía, las gargantas de los tenores retumbaron en las paredes, violines  y violas con aquel maldito estruendo desgarrador, graves, gravísimos y a su vez agudos impresionantes que en su conjunto formaban una avalancha destructora. Una explosión detonante !Cierren sus ojos!¡ Es el fin..!Despues de eso … solo silencio,  silencio inverosímil, silencio que retumba más que el impacto, que destroza los tímpanos en la oscuridad, silencio que mata ¡insoportable!!Incontenible!. Entonces sucedió que de las cenizas surgió, tímida una vocecilla que poco a poco fue tomando forma. Era una pequeña niña, quien no pertenecía al coro angélico, mas sin embargo su voz era digna de venerarse.   Cerraron entonces todos sus  ojos
Delas cenizas

















La inmortalidad no denota ni asegura una total perfección en los seres. No sería correcto esperar sublimidad de los llamados “superiores”, porque  después de todo, fueron ellos quienes enseñaron la maldad a los mortales, quienes corrompieron al principio de los tiempos, la creación inexplorada por las almas.
La maldad es parte cotidiana de la existencia, no solo terrenal si no universal y naciö















Por milenios,  el legado de los Arieles, había permanecido puro. El poder y la fuerza que manifestaba su solo nombre eran indiscutibles en todo el planeta.
Eran ellos quienes gobernaban aquel mundo encobijado por nubes. Ellos, seres bondadosos y justos, gozaban de la buena palabra y de la mano firme para establecer la paz y la prosperidad.
Raza de guerreros, quienes a lo largo de su historia, habían aprendido de sus errores y alcanzado un punto de exaltación de la razón. Tal como si en algún momento hubiesen embriagado su espíritu de perfección.
Sus  designios eran siempre obedecidos, nunca cuestionados aunque a su vez, siempre acertados.



















































Volando sobre las nubes, 
 Tomó del suelo un racimo de frutas que encontró en el camino, y las metió a su boca de un solo movimiento, deglutiéndolas sin vacilar.