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Monday, January 3, 2011

Mario volvió un viernes como cualquier otro. Su tímida sonrisa entró silenciosa por la puerta del bar, zigzagueó ágilmente entre las mesas y se apareció frente a nuestros rostros desconcertados. Con la acostumbrada calma de tiempos pasados, se cruzó de brazos y se quedo ahí mirándonos divertido.
Sonreí para él vagamente mientras Livia lo veía sin dar crédito alguno. Fueron aquellos primeros momentos de expectación, la consecuencia directa de un ayer no realizado, de un deseo inconcluso, de los traumas del pasado. De ahí que empezó el ya conocido ritual de la petrificación de los cuerpos, las miradas confundidas, el transe del rencuentro inesperado, las escalas de los tenedores a mitad del camino y las bocas hambrientas esperando el mínimo pretexto para romper el silencio. Lo miré de frente, inseguro; Livia por en cuanto dejó caer torpemente un tenedor al suelo que causó un sonido agudo; la señal para iniciar el ultimo round.
Acabé de un trago mi cerveza y me levante precipitadamente de la silla, parándome justo en su frente. Lo mire severamente por algunos segundos y después, me aválense sobre él, tirando mis manos a sus hombros con una fuerza desmedida. Y aquello que en un principio quiso ser un violento ataque al peor de los enemigos, término siendo un confundido abrazo de amigos antiguos.
Mario se sentó en nuestra mesa, pidió una cerveza y encendió tranquilamente un cigarrillo. Yo me senté a la par, tome inconcientemente la mano de Livia como asegurándola de algún peligro cercano y comencé con el cóctel de preguntas para el reaparecido. Preguntas de variados aspectos, empezando por los dondes, pasando por los comos y terminando en los porqués. Livia bajó la mirada perturbada, veía la mesa y continuamente volteaba para los lados, como buscando alguna salida. Él ni se inmutaba demasiado, fumaba pacientemente y respondía risueño a mis preguntas con las evasivas de siempre, que nunca llevaban a ningún lugar y siempre dejaban a uno medio confundido.
Mi obstinación por saber de su paradero en todo este tiempo fue cediendo a medida que mis preguntas eran rechazadas y rebatidas de una forma tan sutil y cada vez mas, se hacia banal aquel cuestionario curioso, así que mejor me calle la boca y espere a que él por su propia lengua, se osara a por lo menos tratar de iniciar una conversación coherente o cualquier cosa que quisiese iniciar. De ahí que los silencios se hicieron cada vez más evidentes y las esperanzas de amenizar un encuentro tan no esperado fueron acabando silenciosamente. Entonces y sin previo aviso él comenzó a contar alguna de sus consabidas aventuras por Lyon cuando sus años mozos, o de la vida de algún desconocido músico suicida que era de su admiración. Y aquel inicio tan inesperado dio lugar a algunas rizadas de mi parte y a la completa atención de los presentes. De esta forma y sin más recelos, la conversación comenzó a se tornar mas amena como en otros tiempos y poco a poco fui bajando la guardia, deje delicadamente sobre la mesa la mano de Livia y me adentre en charlas de playas mediterráneas y dadaísmos mágicos. Livia parecía también mas relajada, aunque aun no le pasaba lo palida de la cara , espantaba el humo con movimientos de mano y reía en los momentos menos apropiados, como era su costumbre. Yo miraba alternadamente la imagen de Mario escondida detrás de una pared de humo, hablando de temporadas en los infiernos o de su amor jovial por las cosas y todo aquello me parecía un absurdo total e intransigente. Aquel hombre de ojos claros y cabello crespo, que antes fuera mi amigo inseparable y que por azares del destino sucedió entre nosotros un acontecimiento fulminante que destruyó todo lo habido , ahora, tantos años mas tarde, estaba frente a nosotros con su misma cara de adolescente con granos y su mirada un poco triste de niño mal comprendido, hablando con la vista perdida en el techo y meciéndose rítmicamente en su silla, mientras provocaba un rechinar de maderas y una inquietud general, que solo a veces cesaba volteando la cara hacia nosotros y sonriéndonos amigablemente.
No niego que de alguna forma, su regreso concilio en mi ser, un especie de perdón favorecido por el tiempo. Esa tregua concordada entre nosotros el día de su partida, sobre la cual, mi relación con Livia había por fin podido florecer, se prolongó por tantos y tantos años de ausencia, que ahora mismo no cobraba sentido alguno para mi. Livia era mi amor, ese era un hecho consumado. La antigua guerra de poemas y puñaladas por la espalda, fue olvidada hacia mucho tiempo atrás. Y es por eso que él, sabiéndose sin remedio derrotado, había decido partir sin decir palabra. Al menos eso pensé aquella noche, ahora tan lejana, que lo vi salir de su apartamento. Casi ni recuerdo directo, parecía un fantasma desterrado , creo que llevaba tan solo una mochila y una botella de güisqui en la mano. Livia había decidido abandonarnos días antes , atormentada por una lluvia de sentimientos encontrados y decisiones por tomar, rompió en una crisis de histeria total, tomo su pequeña maleta de mano y salió corriendo por las escaleras del apartamento para albergarse en no se que hotel de mala muerte o almenos eso fue lo que supuse. Yo opté mejor por recluirme día y noche en mi habitación, junto a la ventana. En expectativa de que algo cayese por su propio peso, pasaba las horas eternas en una vigilia constante, esperando alguna mudanza, alguien tocado a mi puerta, alguna muerte predestinada. No tengo noción de cuanto tiempo pase pegado al vidrio, viendo la calle, los carros, el apartamento de Mario. De cuanto en cuanto, una cabeza asomaba detrás de la cortina de su departamento, se aposentaba en la ventana y me veía en un silencio pasivo, sin movimientos, sin lamentaciones, tan solo su silueta mirando mi cara. ¿Acaso buscaba alguna explicación a aquel enredo de telarañas en las paredes? ¿Seria aquello una suplica de compresión? ¿De perdón? Por mi parte estaba mas que claro, el perdón para Livia podía ser otorgado solo por el inmenso amor que le tenia, ¿Pero Mario? ¿Mi amigo Mario? La esperanza había muerto con su traición y el caer de los platos en la cocina se escuchaba sin tregua. La vida se llenó de espejos rotos, de bichos en las paredes, de violines con cuerdas desgarradas. La ira invadió mi mente y aquella silueta frente a mi ventana paso a ser la peor de las torturas. El ciclo se repetía sin tregua de manera despiadada. Un trance sin salida que al parecer Lidia no estaba dispuesta a disolver ¿o lo estaria?. A veces en las noches, la distancia que dividía su ventana y la mía se hacia tan estrecha que podía oír su respiración asechante, entonces, una sensación de muerte me abordaba y tan solo tenia ganas de salir de mi apartamento, romper de un golpe su puerta y asesinarlo a sangre fría. Pero nada de eso aconteció y de un momento a otro dejé de ver su cara en la ventana. Aguarde todo la tarde esperando una reaparición repentina pero no sucedió. Fue tan solo en la noche que lo vi salir de su apartamento como una sombra, con la mirada baja, como tirando una toalla blanca. No volvió sus ojos hacia mi ventana, caminó por el medio de la calle y luego se desvaneció sobre la acera obscura, desapareciendo de mi vista. No tengo idea a donde fue ni porque razón Livia reapareció misteriosamente en mi apartamento la mañana siguiente. La verdad es que ni quise saber nada, no hubo preguntas ni cuestionamientos banales. Me bastaba que ella hubiese vuelto a mi lado y olvidar de una vez el recuerdo maldito de Mario. Hasta entonces el amor entre nosotros pudo florecer, aunque de manera accidentada al principio. Los castillos construidos sobre su imagen húmeda de llantos de ella y de escupitajos míos, tuvieron que ser minuciosamente planeados, edificados con todo cuidado, colocando cada pieza en su debido sitio, cada beso entre cicatrices, cada te quiero entre silencios bochornos. La rehabilitación fue difícil, pero nuestros palacios, poco a poco fueron ganando altitud y belleza. La fuerza del tiempo nos unió y aunque a veces los fantasmas del pasado amenazaban bajo la almohada, conseguimos consolidar sobre la cama un amor que simplemente lo abarcaba todo.
Mario seguía hablando sin parar, disponiendo de nuestra total atención, abordaba los temas sin ningún orden y los enlazaba covalentemente. Tomaba cerveza y reía burlonamente. Comencé a sentirme un poco irritado, no tanto por lo que decía, que al fin de cuentas no importaba en lo más mínimo, fue mas bien un despertar inesperado. Un aceptar que él siempre estuvo de alguna manera presente en nuestras vidas. Y si bien es cierto que desde la noche de su partida dimos por olvidado el tema, nunca dejo de estar ahí, bajo nuestros rostros enfurecidos.
La displicencia de su recuerdo en mi menté comenzó nuevamente a tomar sentido. Mi egoísmo optimista brillaba monstruosamente entre aquel valle de palomas muertas y en cambio su sacrifició, hacia notar mas que nunca, que era de él de quien nos habíamos estado alimentado, de los millares de besos no dados, de las cartas no escritas, de los amores no entregados. Desde luego que aun existían aquellos caminos trazados al borde la carretera, las estelas de mar venidas de puertos lejanos, el espectro de una luz que alguna vez brilló sobre el horizonte y que por causa de las inclemencias del destino fue cruelmente apagada.
Aquellas propias conclusiones atestaron mi cabeza y se mezclaron homogéneamente con mis sentimientos hacia Livia, mientras las cervezas iban acabando de una en una y la mesa se llenaba de garrafas vacías, de lugares comunes, de boletos de aviones. Alguien en la mesa hizo una señal al mesero y yo, lleno de un coraje desbordado y un desconcierto total, aproveche ese descuido para levantarme y tratar de huir de esa lastimosa realidad. Mientras camina rumbo al baño, alcanzé a ver como Lidia me miraba sobre hombros y luego bajaba la cabeza asustada.
Cuando estuve dentro del baño miré mi reflejo frente al espejo asqueroso. Parecía un poseído, respiraba con dificultad y contenía con las uñas encajadas en las manos, las rabia acumulada e ignorada todos estos años. Creí oír una voz que gritaba mi nombre desde el fondo de la tierra. Fue entonces, que sentí el vértigo. Los palacios antes construidos con aquella paciencia y ternura, comenzaron de repente a tornarse demasiados altos, demasiado inestables. Sentía que algo se mecía pendulantemente debajo de mis pies y no dejaba de oír aquella voz llamándome. Asome cobardemente la cabeza hacia el precipicio y alcancé a ver su silueta en la ventana. Entonces comprendí bien.
Tal ves el destino sea como un niño caprichoso que muda las vidas como si fueran juguetes. Y desde ahora les digo: cuando todo llegue por su propio peso al fin y los palacios no sean más que escombros podridos de un amor olvidado, serán entonces arrastrados por las estelas de mar venidas de puertos lejanos. Serán usados los caminos antiguamente trazados al borde de la carretera y brillará ahora con todo su esplendor aquella luz que en el pasado fue cruelmente apagada.

Recuerdo que desperté en los brazos de dos guardias que trataban a empujones de sacarme del baño. El vomito estaba por todas partes y me dolían mucho las palmas de las manos. Me sacudí a los susodichos con movimientos de hombros y fui corriendo hacia nuestra mesa. Estaba vacía.
El camino a la casa de Mario fue un transe confuso de luces intermitentes y puntos suspensivos. Bajé del carro y descubrí el viejo apartamento semidestruido. En 30 años nadie más lo había alquilado y se estaba cayendo a pedazos. Misteriosamente, la puerta de la entrada estaba abierta y el candado sin forzar. Entré de un salto, sin ninguna prerrogativa y me tope en un primer momento, con cientos de botellas de diversos licores y vinos. Antigua debilidad de mi amigo, reí entre dientes. Los papelillos con poesías también estaban por todas partes, arrojados en el piso, pegados en las paredes, adentro de las botellas. Ignorando todo aquello subí las escaleras cautelosamente, mientras lo hacia, me tope en el camino con una prenda femenina muy singular , sonreí. Segui caminando lentamente y a medida que subia el olor a muerte se hacia cada vez mas nitido. Una sensación de extasis corporal me invadió, abrí bien los ojos, completamente exitado y fue entonces cuando encontré a Livia, hermosa, arrodillada sobre la tina nauseabunda. Ella volteo hacia mi con los ojos llorosos y una cara de imploración inocente. Mi gesto en respuesta fue simplemente una sonrisa de consuelo. La tomé por el cuello, la desnude con prisa y la zambullí en aquella agua inmunda. Ella gritaba desesperadamente su nombre y yo pensaba “nena, esta va ser la ultima vez”.
La penetre sin rodeos, con un violencia despiadada y cuando hube terminado deje su cuerpo inmóvil en el agua , sobre el esqueleto de su amado Mario, para que estuvieran por fin, eternamente juntos.

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