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Monday, October 25, 2010

"(...) de mi paredro podía hablar cualquiera de nosotros y él a su
vez podía hablar de mí o de otros; ya se ha dicho que la atribución
de la dignidad de paredro era fluctuante y dependía de la decisión
momentánea de cada cual sin que nadie pudiese saber con certeza
cuándo era o no el paredro de otros presentes o ausentes en la zona,
o si lo había sido y acababa de dejar de serlo. La condición de
paredro parecía consistir sobre todo en que ciertas cosas que
hacíamos o decíamos eran siempre dichas o hechas por mi paredro, no
tanto para evadir responsabilidades sino más bien como si en el fondo
mi paredro fuese una forma del pudor (...) Pero además mi paredro
valía como testimonio tácito de la ciudad, de la vigencia en nosotros
de la ciudad (...) Éramos profundamente serios cuando se trataba de
mi paredro o de la ciudad, y nadie se hubiera negado a acatar la
condición de paredro cuando alguno de nosotros se la imponía por el
mero hecho de darle ese nombre (...) Cualquiera podía ser el paredro
de otro o de todos y el serlo le daba como un valor de comodín en la
baraja, una eficacia ubicua y un poco inquietante que nos gustaba
tener a mano y echar sobre el tapete llegado el caso. Incluso había
veces en que sentíamos que mi paredro estaba como existiendo al
margen de todos nosotros, que éramos nosotros y él, como las ciudades
donde vivíamos eran siempre las ciudades y la ciudad; a fuerza de
cederle la palabra, de aludirlo en nuestras cartas y en nuestros
encuentros, de mezclarlo en nuestras vidas, llegábamos a obrar como
si él ya no fuera sucesivamente cualquiera de nosotros, como si en
algunas horas privilegiadas saliera por sí mismo, mirándonos desde
fuera."

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