El estruendo ensordecedor, que parecía un centenar de rayos impactando el suelo a mis espaldas tras un diluvio de gotas de metal, eran las balas que atravesaban el cuerpo de aquel hombre. Un chubasco de casquillos tintineaba al golpear el suelo. Pude ver los rostros fríos, de asesino, que se iluminaban de rojo con el fuego despedido por el cañón de las armas, mientras se retiraban en un efímero instante, como su llegada, llevando con ellos la muerte a sus espaldas con una estela de pólvora.
Los dos vasos cayeron al suelo como si de repente dejaran de estar vivos, derramándose en el asfalto. La gente gritaba, se arrojaba al suelo, simulando ser vasos. Los niños lloraban desconcertados. Las nubes blancas se mostraban indiferentes. Y aquel cadáver presionado contra el suelo por el sol inhumano de aquella tarde, no pudo esbozar ni una palabra en su cabeza para expresar el horror de su mirada. Quedó tendido entre la calle y la acera, con el rostro ―o lo que quedaba de él― hacia el cielo. Un río de sangre le crecía debajo y tenía una mano colgando de la banqueta. Dos vasos agonizantes en el medio de la calle: agonía que no pudo sufrir él.
Las personas empezaban a salir de sus madrigueras (refugios improvisados) como conejos amedrentados, asustados y temblorosos. Se escuchaban llantos nerviosos y entrecortados. La plaza era presa del miedo. Llegó la policía. Colocaron pequeños cartoncillos con números, como lápidas, para identificar la evidencia. El uno para el cuerpo; del dos al veintisiete para algunos casquillos; veintiocho y veintinueve para los vasos. Después de un rato dieron el parte del acontecimiento. En la escena del crimen: un asesinato. Saldo: un muerto y algunos heridos, daños a instalación pública y a un establecimiento comercial. (Trabajo que cualquiera hubiese podido hacer).
Los rumores, como una parvada de cuervos, comenzaron a escucharse. Un montón de suposiciones respecto a lo sucedido. El morbo se fue acrecentando con cuentos y chismes cada vez más lejanos a la realidad. Entonces creí más certero el juicio de los policías. Pero lo que realmente pasó fue que mucha gente llegó tarde al trabajo (empezando por la policía), que el restaurante tuvo una gran pérdida por los daños y las personas que se fueron sin pagar, que la gente se alejaba contenta, teniendo una razón más para quejarse del gobierno. Y que dos vasos no llegaron a su destino.
Un loco más que se une a la orilla de este rio de ideas que desemboca en mares de delirios
Jezz Carrillo
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