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Wednesday, November 10, 2010


Siempre después del almuerzo vespertino (única comida formal del día) se apodera de mi un engarrotamiento general del cuerpo, que a duras penas me permite levantarme de la pequeña mesa de la cocina y arrastrarme con dificultad hasta el sofá de la sala, donde me espera la afelpada textura peliaguda y acogedora, el café negro y  la segunda impresión del “Sun”de la tarde.
Buscando sin demasiadas ganas entre la segunda y la tercera sección del periódico londinense algún espectáculo digno de asistir en la noche y asi matar  la melancolía de los atardeceres en las ventanas y el tedio que me provocan los filmes con actores eslovacos que tanto apasionan a Anastasia y que solemos ver los días infértiles. (como tal vez hoy).
Paso de largo dos conciertos de “the history boys”  y la inauguración de una estatuilla de Agta que tanta conmoción ha causado en  Inglaterra por estos días. Ya casi estoy malhumorado y decidido a cerrar de golpe el periódico cuando ante mis ojos se atraviesan como una marejada repentina  las cinco letras de tu nombre insensato.
L e n t a m e n t e  los primeros tintes de tu recuerdo se impregnan en mis dedos, lejos, muy lejos de aquí, un recuerdo confuso, envuelto tras el humo que sale de mi boca,  en alguna calle del pasado,  algún teatro olvidado en la ciudad  de los santos ladrones. Era tu silueta  saliendo del ensayo: el vestido blanco, el encaje negro, la simpática diadema roja que descansaba sobre tu pelo castaño, el bolso decorativo; iluminativo.
L a i r a    c a m i n a     j u n t o    a l    s o l,  haciendo que todos los astros menores giren a su alrededor y mis astros entornados y enublecidos por tormentas despiadadas  acarician tu imagen con tiernos movimientos de translación y visualización;  y tu  sigues ahí caminando, indiferente como el sol poniente que se poza sobre el mar  y se va sumergiendo lentamente.
Y mientras tanto Anastasia sostiene una conversación obstinada con Lassy, con quien a menudo charla de la vida londinense y cuenta sus hazañas del día, haciendo gala de una fructuosa comunicación con el animal, quien la mayoría de las veces la escucha pacientemente entre ladridos aleatorios y grandes bostezos  para después saltar sobre ella y lamberle toda  la cara.

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