La araña rosita, que tanto viajaba
por bosques fantasmas en los que dormimos,
se encuentra volteada, fría y sin ruido
en una botella debajo mi cama:
será por gargantas con brisas glaseadas
o días que comen tu esencia a mordiscos;
Si un día morimos, lo fue con estilo,
y cada canción que escribimos fue dada.
Leeré mis poemas a vías de tren,
pensando en las calles, estatuas y teatros
que al fin saldrán libres flotando de mí.
No sé qué dirás o el vagón en qué estés;
si me soñarás un volcán o un retrato,
igual, nevará, y yo no estaré ahí.
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