Powered By Blogger

Friday, October 8, 2010

El dia que nevó en culiacan


El día que nevó en Culiacán llegó a ser publicado en todos los periódicos de México.
Fue llamado: la anomalía del siglo, llegó a ser noticia, desde los noticieros del estado y su primera página, hasta abarcar cuatro párrafos en los diarios del país.
El servicio meteorológico nacional dijo que era algo imposible, que según ellos y su ciencia, no podía nevar en Culiacán, que era imposible, que realmente nada coincidía.
Yo sólo sé que el día que comenzó a nevar en Culiacán la gente creyó estar soñando – yo aun creo estar soñando-
Los primeros copos cayeron como milagros del cielo, como segundos de tiempo que nos volvieron a la infancia, a aquel deseo temerario de arrojar una buena bola de nieve hacia el rival, por que eso sí, el día que comenzó a nevar en Culiacán las balas se cambiaron por bolas, y los acribillados reían de emoción mientras sentían como la nieve humedecía sus ropas y tranquilizaba sus vidas.
La gente salía a ver con devoción el cielo que durante 364 días había sido ignorado y hasta insultado, pues aquel veinte de diciembre se olvidaron de las guerras y conflictos y aquellas nimiedades execrables que nos conducían hacia la rutina, o peor aun, a la miseria.

El debate dejó de anunciar por primera vez amanecen seis encobijados o ejecutan a cuatro o cualquier ataque terrorista que abarcara números y muertos, y por primera vez, con letras negras y creíbles, por que más noticia era un axioma, anunció intensa nevada sacude a Culiacán.
Recuerdo que lo más sorprendente de todo no fue que nevara, sino que se mantuviera así, que durante siete días y siete noches la nieve sacudiera a Culiacán, transformando sus treinta y tantos grados y su calor nefasto, en un frío que suavizaba el invierno, en un frío que nos hacía ganar batallas contra el inexorable tiempo, que aunque sabíamos que no ganaríamos la guerra, durante una semana completa ganamos años y volvimos una y otra, y otra vez, -hasta cansarnos- hacia la infancia y las bolas de nieve y esas películas americanas que veíamos en la televisión donde los niños corren y juegan y se divierten con la nieve, mientras nosotros sólo podíamos llegar a tocar el blanco del algodón y soñar de lejos, con tocar esos copos hoy creíbles, y después, como siempre, volvíamos al tedio.

Durante una semana entera llegó a nevar en Culiacán, recuerdo las calles blancas llenas de nieve, los niños enfermos con bolas de nieve entre las manos, y nieve, nieve, siempre nieve, dentro de todo y sobre todos.
Durante una semana hubo más enfermos de gripa y felicidad que en trescientos cincuenta y tantos días de calor y balas, recuerdo la fascinación de todos como se recuerda el primer beso, o el primer abrazo, o mejor dicho como se recuerda la primer nevada, por primera vez la nostalgia llegó a ser parte de la navidad y no la navidad parte de la nostalgia, por primera vez en años no recordé con ansias mis días de infancia y mis juguetes y mi esperanza de llegar a veinticinco para desperar y ver que me habían traído mis padres, por primera vez me limitaba a observar, a ver desde lejos como caía la nieve y pintaba blanco a la ciudad.

Yo no sé si realmente como dijo mi tía María era cosa del diablo y había llegado por fin el Apocalipsis, o como dijo ese señor de la televisión al que siempre he considerado un loco por señalar una pantalla verde, era cosa de que el vapor de agua se había expuesto a un frente frío que llegaba de estados unidos, uno de esos frentes fríos que se cuelan por la rendija de lo verosímil y llegan a crear por capricho o por inocencia algo insolente para nosotros.

Pero sé perfectamente que durante esa semana la televisión perdió un irrecuperable rating, que la novela de las ocho dejó de ser vista por mis padres que decían que la tele siempre existiría, pero una nevada así, ni en un millón de años, ni en un millón de años.

Así que durante siete días, y vaya que si recuerdo los siete días, me dediqué a caminar por los lugares que había caminado desde mi infancia, claro, ahora eran blancos, y nuevos, y tenían ese tono de misterio y nostalgia que la nieve pone sobre las cosas.
El malecón se encontraba abarrotado de gente, sin cosas que vender, sólo gente que caminaba viendo el Culiacán perdiéndose detrás del puente, viendo el agua congelada, como hielo, como un pedazo de mentira que se sabe que en cuanto se toque se derretirá.
-creo que por lo mismo, nadie se atrevió a tocarlo-.
Recuerdo que despertábamos con miedo de perder la nieve, como si algún día hubiera sido nuestra, o peor aun, como si algún día realmente hubiera llegado nevar en aquí.
Se sabía que algo así no volvería a pasar, que era algo así como un capricho de algo o alguien, un capricho que nos había llenado de nostalgias y felicidades, y que tarde o temprano, o peor aun, súbitamente desaparecería sin dejar siquiera un recuerdo táctil, verosímil, algo más que una simple fotografía y un recuerdo alterado por los años.
Despertábamos sonriendo, viendo por la ventana, el aun blanco cayendo por el cielo, diciendo: ¡que milagro!, ¡vaya cielo, que milagro! Y salíamos así, a presenciar con el tacto la nieve, no nos fiábamos de los ojos, comprobábamos con tacto, con gusto, con olfato, comprobábamos hasta quedar satisfechos de saber que un día más teníamos nieve, teníamos días hábiles, teníamos gripa.

Eran días buenos, más buenos aun que los días de infancia, más buenos aun que aquellos que creíamos olvidados, más buenos aun que aquellos que veíamos en la tele.

Recuerdo que el octavo día mientras la nieve se disipaba, y el sol derretía ese blanco que con las horas se volvió oscuro, la sonrisa de muchos desapareció, y volvió el stress, y la rutina, y la miseria, poco a poco volvió el tráfico, el movimiento habitual de la ciudad que se había quedado congelado por la nieve, o mejor dicho por la fascinación que había causado la nieve, volvió el calor y su habitual sudor, regresó la vida, o la muerte, o esa etapa en la que estábamos.

Y ahora, que de todo eso no me queda ni siquiera la memoria táctil, me aferro a pensar que no fue un sueño, y aunque estos 38 grados me confirman, que aquel señor del noticiero tenía razón cuando dijo que era imposible que nevara en Culiacán, aun recuerdo -después de tantos años- esa nieve, esas calles, esas gripas, y que razón tenían mis padres, ni en un millón de años, una nevada así, ni en un millón de años.


Justino Valiente

6 comments:

  1. VERDAD DE DIOS JUSTINO VALIENTE!!

    NI EN UN MILLON DE AÑO.

    ReplyDelete
  2. Replies
    1. 2019 😂 no, mentiras... No se.

      Delete
    2. Nunca sucedió flor pequeña!, es un sentido metafórico de un sentir personal.

      Delete
  3. Chingue su madre culiacan gente arrogate creida idiolizando a narcos gente pendeja.

    ReplyDelete
    Replies
    1. jajaja que loco estás, no es así todo el panorama.

      Delete