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Tuesday, October 19, 2010

Hay muchas maneras de engañar a alguien a quien amamos, y todos lo hemos hecho alguna vez. Engañamos a nuestros padres cuando escondemos la verdura que no nos hemos comido para que no nos obliguen a comerla al día siguiente; o al profesor, cuando no nos ha dado tiempo de terminar la tarea. Engañamos a los hermanos pequeños, diciendo que ese juguete viejo es mágico y es mejor que el nuevo, que nos quedamos nosotros. Engañamos a esa amiga que no hemos visto en veinte año, y a la que decimos que está igual, igual, que no ha cambiado nada. Engañamos a nuestros hijos cuando les hablamos de los Reyes Magos o de Papá Noel, o del Ratoncito Pérez. Engañamos al enfermo terminal cuando le decimos que hoy hace buena cara, y que probablemente mañana pueda levantarse un rato. Nos engañamos a nosotros mismos cuando ante el espejo negamos nuestra edad. Pero hay engaños necesarios, útiles para seguir viviendo y mirando hacia adelante cada día. Quizá el enfermo terminal conozca perfectamente su estado; pero le resulta más sencillo cerrar los ojos y no ver. Los niños disfrutan esperando, ilusionados, los regalos que les traen los Magos de Oriente, y hacen una fiesta de un acto sanguinario como arrancar el diente que se mueve, sólo porque de noche vendrá el ratoncito Pérez con la moneda. Y hay engañados que saben que lo son; ¿por un momento hemos pensado que las madres no sabían a donde iba a parar la verdura del plato? Pero, por una vez, es más sencillo fingir que no se han enterado, y ya se encargarán luego de presentar verdura disfrazada, en otra comida. El engaño es un arte, y un arte necesario; aunque no deja de ser, en ocasiones, doloroso. Quien engaña sufre, se siente incómodo y, al que tiene conciencia, ésta se le remueve. Y el que es engañado sufre todavía más, porque se siente despreciado, insultado, ofendido. Y cuando el engaño es de amor, sobre todo, se siente minusvalorado, apartado como un trasto viejo. Del engaño proviene esa extraña sensación que oprime el pecho, seca la boca, acelera el corazón, y deja el alma hecha pedazos, que aunque parezca mentira, siempre se recomponen. ¿De qué está hecha el alma humana para que, aún resquebrajada y rota, sus pedazos puedan volver a reunirse? Tal vez sea como el Ave Fénix, que renace de sus cenizas, pero por más duro que resulte, el alma sale de nuevo a flote y resurge a la vida. Quien ama y es amado, alguna vez ha engañado o ha sido engañado; porque parece que una cosa lleva a la otra, como consecuencia inevitable, o como polos contrarios que se atraen. Contra el engaño; la lealtad, la verdad, el reconocimiento de lo que se ha hecho; aunque a veces el engañado, algunas veces, prefiera permanecer en la ignorancia. Porque lo que se ignora, simplemente, no ha sucedido. A mí, por suerte, me engañaron con los Reyes Magos y demás.

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