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Wednesday, October 13, 2010

NOCHE


Espero sereno a que todo acabe, permanezco sentado en el filo del mundo, en los altos pastos, en los atardeceres sinceros, en el cielo raso pintarrajeado de colores inhóspitos, como si fueran obra del capricho de un niño travieso. Aguardo el final flotando en un banquillo de madera junto a la puerta, mientras muerdo el tapón de una botella de agua, chasqueo con él en mi boca sin parar y un momento después me detengo exhausto, mis mandíbulas ya son viejas para esas manías juveniles y mi amarillenta dentadura ni se diga. De pronto me invaden unas ganas inmensas de un cigarrillo, lastima que aquí no entra tabaco ni de contrabando, así que, sin mas remedio saco de mi boca el pedazo de plástico arrugado que solía ser el tapón de la botella de agua, lo contemplo un segundo y luego lo devuelvo a la boca, pero ahora con el aire de quien se esta fumando un Sobranie Black & Gold. Inhalo fuertemente el invisible humo, el cual, mantengo dentro de mi boca, 1, 2,3,  lo trago delirante, mis ojos se voltean de forma involuntaria por el extraordinario placer, luego, lentamente exhalo la humareda fragante a laringe y boca sucia. Repito mecánicamente la operación dos o tres veces, pero a la cuarta me siento increíblemente estupido, volteo a los lados como un loco esquizofrénico, reviso debajo del banquillo, adentro de la botella de agua, veo arriba, en la azotea del edificio,  pero no, afortunadamente nadie me ha estado espiando, o sea que no me han sorprendido en mi vergonzosa niñería, y que suerte, habrían pensado que estoy loco.
Y mientras todo esto acontece en el delgado y exuberante hilo indefinidamente largo y exorbitantemente hermoso, que es mi vida, una fuerza de proporciones catastróficas camina  hacia mí, lentamente, sin ninguna prisa  y yo lo sé, lo sé porque la he estado esperando todo este tiempo,  porque oigo sus pasos contundentes que se acercan cada vez mas, la veo desde arriba con su trote pausado pero constante. Y  sigo aquí, sentado en este banquillo de madera, afuera del edificio blanco y frente a mis ojos, el ocaso tardío; una prueba más de su innegable presencia.
Pero ella y yo somos viejos enemigos, como la leona y el ternero, siempre a ido tras mi huella, oliendo el rastro de su presa y justo cuando cae  el resplandor, en filo del atardecer, me atrapa con sus oscuras garras y me devora a espaldas del sol.
De nada me había servido correr por las calles huyendo de su endemoniada malevolencia, ni gritar a media ciudad mi terror, denunciar su maldad ó taparme los ojos para no verla. El fin del ciclo era inevitable, la pieza clave para que se reanudara otra vez la maniática fase asesina.
 La gente no me entendió, yo no estoy loco, ni soy una amenaza publica como lo hicieron creer, tan solo  quería advertirles, informarles, pero allá ellos, a oidos sordos palabras mudas.
Yo ya estoy muy viejo como para huir de ella, así que mejor la espero aquí placidamente sentado, pero antes de que llegue, también espero mi cena caliente, sopa de champiñones quizá, y sí, efectivamente, dicho y hecho. El sujeto de zapatos  blancos y mirada perturbadora me trae el plato humeante de deliciosa sopa de hongos, acto contiguo, me ayuda a subir a mi habitación, donde también espera aquel desierto blanco de mi cama, lecho de mi degradación, donde después de instalarme, el sujeto sale del cuarto y me deja solo, oh increíble placer que es la soledad, casi como fumarse un cigarrillo de aire. Los últimos rayos de luz llegan agonizantes por la ventana del recinto y proyectan una sombra en el techo al chocar con el abanico enfurecido, una vuelta de la maquina por otra de la sombra, excitante en verdad, ya van setecientas cuarenta y tres vueltas, una mas y el ciclo se volverá cerrar, yaceré muerto en el lecho, mis parpados cerrados y mi corazón callado, las manos sobre el pecho y el alma sobre el costado.

Al menos hasta mañana…

Alivian Escalante 

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